Tras un corto recorrido pero intenso en sensaciones por las intrincadas calles de la parte alta de Santiago Atitlán, nuestro pequeño guía se detuvo ante la puerta abierta de una de la casas del callejón. Una estancia oscura y llena de humo de incienso i el del cigarrillo, que adiviné se estaba “fumando” una figura inmóvil en el centro de la habitación. Nuestros ojos se acostumbraron pronto a la penumbra del cubículo, seria porque los teníamos abiertos como platos. La escena seria común encontrarla en un cuadro costumbrista, pero no en el ámbito ni la sociedad de la que venimos...eso era otra cosa. Una mujer indígena Tzu’tuhil estaba llenando una bolsas de plástico transparentes con "Chicha", una especie de guaro o licor ilegal hecho en casa, y vendiéndolas a través de una pequeña ventana a una fila de hombres en un estado de embriaguez tal que dejaba clara la dureza del trago. En el centro de la sala estaba Rilaj Mam ó Maximón (“El amarrado”) como se le conoce comúnmente, flanqueado por dos “cofrades” que lo custodiaban sentados en sendas sillas...medio adormilados, y ante el, de rodillas, dos hombres que le recitaban una letanía en maya Tzu’tuhil. Uno de ellos parece ser que era un nahual o shaman maya que estaba intercediendo por el otro hombre ante Maximón, un conductor de tuktuk con problemas legales (la traducción fue del patojo que nos llevo ante Maximón, que conocía tan bien el Tzu’tuhil y el Kakchiquel como el Español). Las sensaciones en aquella habitación eran diferentes a las de San Andrés Itzapa y el Maximón “San Simón” entronizado en aquella nave a modo de iglesia o lugar de culto masificado y especialmente pensado para los ladinos creyentes en su poder, supongo que el recogimiento de la casa donde se encontraba en Santiago ayudaba bastante. Tras las fotos de rigor, después de depositar una ofrenda en forma de billetes de curso legal en Guatemala y la aprobación de los cofrades, mi interés se dirigió al fondo de la sala, donde descansaban formando un pequeño panteón el resto de divinidades que acompañaban en su periplo a Maximón; Las Cruces (una representación de Cristo yaciente, en una urna de cristal), San Martín (con su espada en la mano), María con su hijo en brazos, Ana María (como Maria pero más pequeña...supongo que representa una madre adolescente) y por último San Antonio. Tras despedirnos educadamente de los cofrades y sin dar la espalda a la escena, salimos de la casa y volvimos sobre nuestros pasos hasta la plaza de la iglesia de Santiago Atitlán donde le pagamos lo prometido a nuestro pequeño pero gran guia y nos despedimos también de el...una experiencia única.
Ciudades Mayas
Hace 14 años
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